viernes, marzo 02, 2012

A mí los lunes sí me gustan. No es que siempre me hayan gustado, es sólo que desde hace unas semanas, mis lunes se han vuelto la mejor parte de la semana: es el día en el que salgo de la burbuja.
Me gané una beca para estudiar un diplomado en historia del arte que ofrece el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO), y las clases son los lunes por la tarde. Entonces, espero que llegue el lunes y que caiga la tarde para correr como desesperada a la parada de camión, hacer changuitos para que no venga muy lleno, y empezar el viaje hacia el centro de la ciudad. En distancia no es mucho lo que se hace desde mi escuela hasta el MARCO, pero las diferencias en la zona son muy grandes porque para empezar hay que cruzar el río Santa Catarina, y aquí todos sabemos que la ciudad es una "del río para allá" y es otra muy distinta "del río para acá".
En cuanto me bajo del camión empiezo a sentir que huele diferente, que se oyen cosas que no escucho por la burbuja, que el ritmo es otro, que se respira distinto Además, ya voy toda emocionada pensando en lo que vamos a ver en clase, imaginando qué será lo nuevo que voy a ver y aprender. De ida, me toca pasar por Ocampo y veo a toda la gente que hace cambio de tuno en los hoteles de esa zona, o los que van saliendo de las oficinas, los que después de la escuela se quedaron haciendo tiempo, el cambio de turno del sol por la luna, la llegada de las parvadas a la Macro. Y entonces llego al Marco. Saludo a Juan Soriano (que se convirtió en paloma y cuida el lugar) y me voy por atrás del edificio, tengo que entrar por el estacionamiento porque a esa hora ya está cerrado, y subimos por el elevador enooooorme que Legorreta tuvo a bien diseñar (así cabemos todos).
Es muy raro que vamos echos bola en el elevador pero nadie se habla, todos vamos al mismo lado, somos los mismos locos que en lunes por la tarde van hasta el centro para escuchar una clase de hora y media sobre arte mexicano. Pero ahí vamos todos.
Cuando salgo, hora y media después, toda iluminada y entusiasta del tema que hayamos visto, me regreso a veces por Morelos y veo como se van cerrando las tiendas, como poco a poco todo se va quedando solo ¡y no han dado ni las 9! la gente ya solo espera su camión, los que caminan -como yo- vamos para Pino Suárez a esperar nuestro transporte, uno que otro perdido que busca todavía poder entrar a alguna tienda. Si me va bien y pasa rápido el camión, llego a casa en 20 minutos... pero casi siempre espero que el camión se tarde mucho para poder esperarme ahí, viendo a la gente, y como poco a poco cada quien agarra su rumbo mientras sigo haciendo tiempo para regresar a la burbuja.
A veces tomo un camión que me deja cerca de la casa, en otras ocasiones me regreso a la burbuja a buscar alguna cosa que dejé en la oficina y me voy a casa en el transporte de la escuela, pero de cualquier modo me resulta fascinante la posibilidad de tomar la decisión de qué hacer con mi tiempo, de decidir cómo quiero que acabe mi lunes.
Y cuando por fin llego a casa, empiezo a emocionarme que ya falta menos para que sea lunes otra vez, para volver a recorrer el centro, para volver a mi clase de arte mexicano, para saludar de nuevo a Juan Soriano y a Legorreta, para olvidarme de todo lo que me angustia. Mis lunes son para olvidarme del resto de la semana.

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