jueves, junio 20, 2013

#tengosismógrafo

Esta es la historia de mi primer temblor. Es decir, mi primer movimiento telúrico... porque temblores en general, he sentido varios.
Creo que cuando viajo al DF nunca me pongo a pensar en si me va a tocar que tiemble o algo así. Las inundaciones llevan el primer de mi top 5 de desastres naturales recurrentes del DF. Y esta ocasión tampoco esperaba un temblor, por eso fue tan extraño todo lo que ocurrió en ese corto tiempo.
Estaba en el tercer piso de un edificio viejo en la colonia Roma, donde -dicen los que saben- los temblores se siente bien y bonito. Y sí, tiene razón. El lugar es un restaurante/bar muy bonito, muy hipster, muy nice, bien decorado, bien iluminado, como es el último piso no tiene techo, le construyeron un tipo de estructura metálica que permite estar casi al aire libre, y si llueve sólo cierran con una especie de ventanales. Muy inn, les digo. Se llama Romita (ahí para cuando quieran ir a sentir un buen temblor).
Iba con 3 de mis mejores amigas y un amigo muy querido, puro foráneo, puro norteño, puro nuevo en el DF. Nuestra mayor preocupación en la vida es una balacera o un temblor provocado por una granada, así que de movimientos de las placas terrestres no sabemos.
En cierto momento de la noche, después de una cerveza clara y un raspadito de horchata con mezcal, sentí como que el estómago se me empezó a revolver. Me sentía mareada, como si me hubiera bajado la presión. Como que no hallaba mi centro, como que se me movía el piso. Primero pensé que era la mezcla de la cheve con el mezcal, pero la verdad ni había sido para tanto, y ni que tuviera 15 años para marearme por eso. Además, sentí el malestar de otro modo, no como si anduviera tipsy, más bien como si me hubiera dado un bajón.
Así pasaron unos 10 minutos, sin saber qué onda. Justo estaba por pararme para ir a vomitar cuando vi la cara de mis amigas, en verdad parecían muy asustadas y confundidas. En eso, varias morras que estaban en la parte de arriba (un tipo mezzanine) empezaron a gritar y varias bajaron casi que corriendo. Cuando las vi, me fijé que los abanicos del techo y las lámparas se movían de un lado a otro, y nuestra mesa parecía que bailaba. También me di cuenta de algo muy importante: ¡se me pasó el mareo!
Debo decir que dos de mis amigas estaban bastante preocupadas, y lo único que se me ocurrió decir que fue que no pasaba nada, que todo estaba bien... y por supuesto, no pasaba nada, estábamos en un tercer piso de un edificio viejo en un temblor de 6 grados... obvio que no pasa nada. Claro que se me ocurrió que podríamos bajar a la calle, como indican en la tele y como dice el protocolo, pero quiero que me entiendan: estábamos en un tercer piso, con unas escaleras super angostas, pequeñitas, que subían (o bajaban, en este caso) en forma de caracol. La verdad mis probabilidades de morir desnucada por bajar en chinga eran mucho más altas que morir en el temblor.
En la mesa de atrás estaba un amigo, que sí es nativo del lugar, y decidí ver cómo reaccionaba y actuar igual que él. El bato se quedó en la mesa, tranquilo, echando cheve, con sus cuates. Creo que se pasó de cool, pero pues al final me funcionó esa misma actitud. Sólo nos preocupamos por la pasta de mi amigo y el martini de mi otra amiga, que bailaban felices sobre la mesa (la pasta y el martini, no mis amigos, ellos bailaban en sus banquitos al ritmo del temblor) y sólo esperábamos que no se cayeran (la pasta, el martini, mis amigos y el edificio, más que nada). Con gusto hubiera agarrado la copa del cosmopolitan, pero tenía mis manos ocupadas agarrándome fuertemente de mi banquito rústico de pino, que gracias al cielo no se rompió.
Cuando pasó el temblor, mucha gente decidió irse. Alguna de mis amigas sugirió lo mismo, pero a mí un temblor no me detiene, así que preferimos quedarnos. Total, el lugar resistió y la gente seguía ahí.
Si me preguntan cómo fe mi experiencia, creo que el temblor ni siquiera lo sentí, o no recuerdo tanto haberlo sentido, para mí lo peor fueron los 10 minutos previos en los que sentía como que me hubieran dado vueltas con los ojos vendados para pegarle a la piñata.
Unos 20 minutos después, cuando ya nos íbamos a seguirle a otra parte, volví a sentirme mareada y me dijeron que posiblemente fue la réplica. No vi que nada se moviera o que alguien más se alarmara, así que supongo que fue mi sismógrafo interno.
El domingo le hablé muy emocionada a mis papás para contarles la experiencia. Y puede ser algo muy simple para ustedes, pero a mí me gusta saber que finalmente sí tengo un superpoder: ¡tengo sismógrafo incluido!

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